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Argumentos falsos que defienden el aborto

El aborto es una palabra “elegante” para esconder una realidad cruenta: eliminar a un ser humano desde la primera etapa de su vida.  Se calcula que los abortos alcanzan el 30 por ciento de nacidos en países en donde ya está legalizado; es decir, alrededor de 50 millones de abortos al año, la misma cantidad de víctimas mortales de la II Guerra Mundial. Si aceptamos que una madre mate a su propio hijo, ¿cómo podemos pedir a otras personas que no se maten?

Se disfraza esta realidad con frases como, “nadie está a favor del aborto, pero a veces es la única salida”. ¿Única salida?, no es la única salida, ¡es la peor salida!, porque aparte de truncar la posibilidad de un proyecto de vida inteligente, se suma el grave daño emocional, físico y psicológico en la mujer.

 

Se habla mucho hoy día de los derechos y de las libertades, pero poco se dice sobre la depresión, la culpabilidad, el miedo a ver a otro niño, los pensamientos suicidas, las pesadillas, el odio hacia sí misma por haber atentado contra su propio hijo y todas las demás enfermedades psicológicas que sin duda son estragos de esta “decisión libre”.

Sacerdotes coinciden que mujeres que han cometido aborto, aunque se hayan confesado este pecado contra Dios y contra la vida, se siguen sintiendo culpables toda la vida y lo vuelven a confesar repetidas veces.

 

Otro argumento para defender el aborto : “¿Por qué una madre debería tener un hijo de un violador que le recordará toda la vida ese trauma?”. Pero si la madre aborta, lo único que hará será acentuar y aumentar otro trauma al trauma de la violación porque la mujer se siente más sucia, baja, indeseable y se insensibiliza más. La víctima se convierte en asesina.

En una oportunidad, le preguntaron a la Madre Teresa de Calcuta, “si Dios es tan bueno, por qué no envía la fórmula médica para sanar el sida”.

 

A lo que ella respondió luego de orar y preguntarle al Señor, “Dios ya envió tres personas con la solución, pero sus tres madres los han abortado”.

Madre Teresa, gran defensora de la vida, clamaba y suplicaba a las madres del mundo entero, que si no querían tener a sus hijos, “no los mates, dámelos a mí”.

 

El Cardenal Juan Luis Cipriani anima a recibir a los hijos "no sólo como un gran don de Dios", sino también como "un modo nuevo de recibir al mismo Cristo en la familia”.

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